A veces la vida te pone trampas: unas evidentes que, por alguna razón, las ves, pero igual vas derechito hacia ellas.
Otras, muy sutiles, no necesariamente buenas o malas.
Digamos que solo son trampas y ya.
No me gusta la palta. Eso lo tengo claro desde que tenía 6 años, cuando el doctor Juan Montenegro (quien tenía su consultorio en la cuadra seis de avenida Bolivia), me diagnosticó hepatitis. Aún lo recuerdo sentado en su escritorio de metal, escribiendo la lista de alimentos prohibidos y diciendo: "Señora, desde ahora, nada de grasas ni frituras" Yo estaba tranquilo porque mi madre era de las que cocinaban el lomo saltado con papas sancochadas.
Ya en casa, le pedí a mi mamá que me dijera qué decía la lista pues, aunque leía más o menos, no entendía bien los garabatos que veía en la receta.
- Ma, ¿qué dice allí?
- Dice todo lo que no puedes comer.
- Sí, dijo frituras... pero... tú nunca nos das nada frito.
- No les doy, porque la grasa es mala.... pero, escucha, acá dice: no huevo frito, no pescado... no palta, no aceitunas.
Como el lomo saltado u otras comidas criollas, comer pescado frito era muy raro en casa. Por otro lado, los huevos fritos se freían con "una gota de aceite". Por eso, creo que no tomé mayor atención a eso, lo único que se me quedó grabado (casi de por vida) fue lo de "no palta, no aceitunas".
Era 31 de diciembre, uno de esos días donde parece ser obligatorio estar alegre, mandar saludos y buenos deseos por doquier. Para mí era un día más, pero también uno que deseaba se terminara ya. Marcaba el final de un año "complicado". De hecho, para no usar eufemismos, de un año duro, triste y muy pesado. También lo había sido para Mimi.
Sin embargo, algo iba a cambiar...
A Mimi la había conocido a inicios de ese año y, por razones que no viene al caso mencionar, conversamos varias veces sobre cosas de trabajo. Al principio, las conversaciones me mostraban a una persona muy cuidadosa con lo que decía; pero, poco a poco, me revelaron a alguien que no solo sabía escuchar, sino que también sabía expresar claramente lo que pensaba y sentía.
Un día, hacia mitad del año, recibí un mensaje por WhatsApp. Me sorprendió que lo hiciera muy tarde por la noche y más el hecho que me propusiera encontrarnos. Obvio, no supe qué responder. Preferí, días después, decirle buenamente que no.
Aun así, revisando los chats en mi teléfono, encontré que, con el tiempo, habíamos tenido bonitas conversaciones al estilo "Millenials", usando la app. Además, desde los primeros mensajes me había sorprendido las coincidencias en varias experiencias de vida. La verdad, me resultaba extraño que me entendiera y, sobre todo, que supiera mucho de las películas y de la música que a mí me gustaba. Las "conversas" con Mimi, aunque eran ocasionales, me venían bien.
Fue de esta manera como sin querer se convirtieron en espacios donde sentía que podía respirar tranquilo pues, sin que ella lo supiera, había estado medio ahogándome en el mar de una dolorosa decepción.
Una tarde, días antes de Año Nuevo, recibí un mensaje de Mimí: ¿Quieres tomar un helado? Yo dije: Sí. Ella dijo: 😁. Yo respondí: 😅 Ello dijo: Entonces la otra semana 😏😋🍦🍨. Más tarde, caí en la cuenta de que, siguiendo un impulso, ¡había aceptado salir! ¡Me había arriesgado sin pensar en lo que hacía! Creo que fue lo mejor.
-IV-
En enero nos encontramos tres veces en dos semanas. Comimos helado, tomamos limonada, caminamos un montón y conversábamos de todo y de nada. Compartimos desde experiencias de nuestras vidas, hasta minucias, como el hecho de que no me gustaba la palta.
Cuando le dije eso, Mimi, al igual que muchos, se sorprendió:
- ¿Cómo que no te gusta? Palta cremosita; palta verde, en ensalada; "es mmmhh".
- ¿Qué es "mmhh"?
- "Mmmhh es mmmmmmmmhhhh" 😋
- Ahh, entiendo; mis hijas dicen lo mismo... Para ellas siempre ha sido lo mejor que no me guste; porque cuando he llevado paltas, ellas felices... "Mejor que no comas, más para nosotras"...
- Ja ja. Pero ¿nunca has comido?
- Sí, de casualidad cuando viene en la ensalada y no hay forma de sacarla por completo... Alguna vez cuando viene camuflada en un sandwich... cuando me doy cuenta, ya me la comí. Pero, no es que me fascine, ni la coma por voluntad. A mí me la prohibieron de chico.
- Ah bueno... de gustos y colores...
- Sí pues, parece que a todo mundo le gusta la palta. Disculpa.
- Tu castigo será comer palta.
- ¿Castigo? Sí, por estar a cada rato disculpándote 😉
- ¡Disculpa!
- ¡Otra vez!!!
- ....
- Tranquilo... Oye, hablando de otra cosa. Los makis, ¿te gustan?
-V-
Era la cuarta vez que nos encontrábamos. Como la primera, fue en el café pequeñito donde se podía tomar limonada, comer sandwiches y, sobre todo, conversar. Como en ocasiones anteriores, hablamos de la "vida y el amor", pero esta vez, más sobre el amor, sus incongruencias y contradicciones y, en cuanto a las "cosas de la vida", coincidimos en recordar una frase de la película que ambos habíamos visto y que decía: La vida misma era quien finalmente, nos engaña "como un embustero poco confiable, una y otra vez".
Entonces, después de historias y algunas confesiones, le dije:
- Vamos a otro lado.
- Sí, ¿pero a dónde?
- No sé...
- ¿Entonces?
- Es que no sé.
- ...
- Yo tampoco
- Y si vamos a "Arenales", quiero ver lo que me contaste... Ver cómo ha cambiado.
- Bueno, si quieres, vamos.
-VI-
No esperaba que el centro comercial que yo recordaba, (con los cines "Ambar" y "Jade" y muchas tiendas de ropa de damas), se hubiese convertido en el emporio del fandom, el cosplay, el refugio de los otakus y con vitrinas llenas de los cabezones funko pop. El sitio hervía de gente; la mayoría chicos y chicas, algunos con vestidos similares al del anime o de las pelis coreanas. Tampoco faltó por allí un alucinado con una casaca larga de cuero, ¡al puro estilo de Neo de "Matrix"!
En un momento sentí que era demasiado para mí. ¡Mucho ruido, mucha gente! Ya no quería estar allí, y entendí que mi iniciativa de curiosidad medio nostálgica no había sido la mejor. ¡Quería huir!
-VII-
Fue entonces cuando tomaste el control como buena "maestra jardinera".
Dijiste: "Ahora, me sigues", y yo, con la mente aturdida por tantos colores, sonidos, gente y ruido, respondí "ya" y caminé...
Cruzamos la avenida Arenales, tomamos por una calle, y de pronto llegamos a un parque, uno de árboles enormes y añosos que (después recordé) había conocido de niño.
"Vamos a comer makis, ¿ok?", fue lo único que dijiste. Yo, que andaba distraído mirando los árboles y buscando reencontrar el equilibrio, dije otra vez "ya", y así llegamos al restaurante de comida japonesa.
-VIII-
Tras sentarnos en la mesa junto a la pared (tal como tú querías), dejé que tu "yo mandoncito" eligiera lo que íbamos a comer.
Fue curioso. Mientras yo miraba la carta sin entender mayor cosa, tú la estudiabas como si fuera un documento de suma importancia. Con toda seriedad, acomodando tus lentes, aguzabas la vista y mordiendo discretamente el interior de tu mejilla, revisaste, analizaste y finalmente, decidiste. Ordenaste dos "tablas" de makis, una de ellas, "acebichados" que a ti te gustaban.
La orden se tardó lo suyo. Mientras tanto, con mucha didáctica, me enseñaste cómo comer con los palitos: Yo solo te obedecía y no imaginaba lo que pasaría luego.
El sitio se había empezado a llenar. "¡Qué bueno que llegamos a buena hora!" - dijiste cuando seguían ingresando parejas, grupos de amigos, familias, pero de los makis, nada. Y, cuando ya me estaba impacientando, la mesera apareció con las "tablas", con dos decenas makis bien alineados y escondidos bajo una salsa blanca con puntitos colorados.
Alguna vez había visto makis, pero nunca tan de cerca, y menos con la intención de comerlos.
- Anda, ¡come! ¡no son para mirar!
- ¿Ah? ya...
- Ya sabes, un dedo en un palito, como que escribieras y el otro así, para que haga pinza. ¿Ves?
- Sí, sí, ya, Mimi.
Entonces, tomé un maki de la mejor forma que pude y, como se partió, solo me llevé un pedazo a la boca. Al verme, Mimi, con paciencia casi maternal, me reconvino delicadamente. Me dijo que si los comía por pedazos no iba a sentir nada. ¡La cosa es comerlos completos! - dijo. Y así, diciendo y haciendo, como una buena "miss", tomó un maki y con mucha destreza, lo colocó en su boca. Yo la miré, llevé los palitos a la tabla y ¡zas!, un maki enterito ingresó también en la mía.
En un instante todo a mi alrededor desapareció, era como que lo único que sucedía lo hacía dentro de mi boca. El dolor de cabeza que tenía desapareció y una sensación extraña (que aún no puedo describir), inundó mi cuerpo.
- ¿Qué tienes?
- No sé... no...
- ¿No te gusta? Si no te gusta, normal, no comas.
- No es eso, no... Siento algo...
- Oye, estás haciendo caras raras y te mueves como si...
- Perdón, perdón... es que... no sé... ¡Quisiera salir corriendo!
- ¿Qué, qué? ¿Estás mal?
- No, es cómo que... solo quisiera salir, correr y correr...
Nunca esperé vivir algo así a mis años. Nunca imaginé que podía sentir eso que tantas veces mencionamos los maestros: ¡el asombro!
Fue algo impresionante y más: Una combinación de éxtasis, explosión, extravío y otras tantas palabras, no podrían explicar ese momento único y obvio, ¡irrepetible! Ese instante en que estabas solo tú y dos tiras de makis; ¡todos y cada una con su porción de palta bien camuflada!
Mimi, ¡una vez más supiste exactamente qué hacer!
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