jueves, 24 de diciembre de 2015

Cuento en Navidad

(Para Mariano)
Érase que se era una playa de piedras, piedras grandes y chicas, redondas y frías. La playa era gris, no muy popular entre los animales pues a todos los gustaba las de arena fina, esa que brilla con el sol.
A esa playa solía ir un oso a descansar. (¡Qué!  ¿Qué hace un oso en una playa...? No lo sé, pero al oso de la historia, le venía muy bien.)

Al oso le gustaba sentarse muy lejos de la orilla y por la tarde se quedaba mirando el sol ponerse en medio de la bruma. Un día, algo le llamó la atención, era una pequeña ratoncita que dando saltitos se metía entre las piedras, cerca al agua.
La ratoncita no se percató del oso, por eso cada día se sentaba también frente al mar y se quedaba allí por horas, quietecita, mirando el horizonte, como esperando una respuesta. A veces el oso la escuchaba llorar bajito y otras veces cantar. Al oso le enternecían sus canciones porque hablaban de una vida más feliz y llena de amor. Lo que el oso no sabía era que la ratona estaba huyendo de algunos de los suyos que la habían maltratado. Por eso había hecho su morada donde se sentía más segura.
Cierta tarde la ratoncita notó que algo que brillaba entre las una roca cerca al agua. ¿Qué sería?, se preguntó. Se acercó y encontró un huevecillo extraño junto a restos de muchos otros que ya habían eclosionado. Pero ése no lo hacía...
La ratona dudó, no sabía qué hacer. Pensó que no podía dejarlo a su suerte, pero tenía miedo...
- ¿Que has encontrado?  -preguntó una voz detrás y ella se sobresaltó.
Era el oso calmoso que se había acercado.
-Es un huevo atrapado en la roca. -Respondió ella sin pesar...
-¿Y qué harás? - volvió a preguntar el oso
-No lo sé -dijo ella- pero algo me dice que debo cuidarlo.
-Entonces  hazlo. -dijo el oso y volvió a su lugar, lejos del agua.
Los días pasaron, la ratoncita cuidaba de que no se acercara ningún pez al huevecito... El oso por si parte, sin decir nada (y venciendo sus temores) con mucha delicadeza metía un dedo, removía el agua, la limpiaba y le decía algunas cosas al huevecillo.
Una semana más tarde el huevecito se abrió y un calamar pequeñito y cabezón salió nadando.
¡Había nacido! Y en ese mismo instante nació también algo en el corazón de la ratona.
-¿Y qué harás? - Era otra vez la voz del oso que hablaba detrás.
Esta vez la ratoncita no dudó: ¡Voy a cuidarlo hasta que se pueda ir a la mar!
-¿Lo deseas?
-Sí, ¡y mucho!
- Pues hazlo, ¡yo te ayudo!
Los ojos de la ratona por fin se cruzaron con los del oso y se atrevió a decir:
-¿Te puedo preguntar algo?
El oso asintió.
-¿Que le decías al huevecito cuando te acercabas?
-Le decía: ¡No estás solo!
Entonces el bebe calamar, con sus enormes ojos verdes, los miró y sonrió.


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