domingo, 9 de marzo de 2014

Colores del tiempo

A Narnette: Pareciera que lo efímero es siempre lo más bello.
Si te buscara hoy, seguro que nada sería igual.
(16/02)

Vivir de recuerdos no es vivir, es simplemente volver a los sueños con el riesgo de regodearse en las pesadillas de tu pasado; si bien esto suele ser doloroso, quizás la cobardía es tan grande que no se puede evitar hacerlo.
Cada vez que visitaba Arequipa, me gustaba visitar las casas de anticuarios de la calle Santa Catalina. Aquella ocasión, como otras veces antes, el viaje a la "Ciudad Blanca" era por asuntos de trabajo; por tanto, tuve que a convencer a los ocasionales compañeros o compañeras para que en el acostumbrado tiempo de "conocer al menos el centro", pudiera visitar una de las casona de antigüedades. Felizmente, a una de las colegas que mirando a través de las ventanas enrejadas, algo le llamó la atención y entramos.

Planchas de fierro, floreros de murano, adornos de porcelana y algunas pinturas; por ahí, una 'rockola' y discos de 45', fotos por doquier, ollas de cobre, platos, arañas de cristal, candelabros, arreos, teléfonos de dial y de cuerda, alguna vez, un gramófono; en el mostrador, monedas y estampillas... En resumen, un lugar abigarrado, abarrotado al tope; todo en una organización aparentemente caótica, pues los objetos habían estaban ordenados no por antigüedad, sino por la función que antaño cumplieron.
Casi al salir, una vitrina con juguetes... Y, ¡allí estaba! Era exactamente el mismo trencito de juguete que tuve cuando niño: Una la locomotora de lata, pintada de color gris, el carrito del carbón y, en color amarillo, un pequeño vagón. ¿A cuánto? -pregunté. Noventa soles, me dijo una chica medio desganada... "Cuánto me gustaría comprarlo - pensé, pero, antes que dijera algo más la chica de voz cansina añadió como quien no quiere la cosa: Noventa el trencito, 30 el carrito chico y cincuenta el otro grande... Ya no me atreví a preguntar por el precio de los rieles... ¿Puedo agarrarlo? -pregunté; la chica no dijo nada, solo abrió la vitrina y pude tomar uno por uno cada parte del juguete...
En mi menté volví a mi infancia, a mis juegos cuando este trencito, bueno, el mío, fue la única compensación al que yo habría querido; a decir verdad, uno negro y gris, parecido al que tenía el Sr. Remotti en una mesa de su casa... ¡Cómo me gustaría comprarlo! -dije para mí y uno por uno, mis colegas me trajeron a la realidad diciendo: ¿Y dónde lo pondrías? ¿Qué utilidad tiene? Además, es una cosa vieja, ¿por qué manos habrá pasado...?  ¡Creo que eres de esos que quieren retener el pasado! 
¿Retener el pasado? Las palabras quedaron atrapadas en mi cabeza, es verdad que me gusta lo antiguo; allí están algunas cosas de mi infancia que aún atesoro, allí están los discos y CD de épocas tan dispares, casi todos de gente muerta... Allí estaban también los afiches, fotografías y demás propaganda multicolor de las películas de la compañía que mi padre administraba, la misma que yo sustraje sistemáticamente cada vez que podía. Creo que mi padre siempre los supo aunque pocas veces me lo reclamó.... En ocasiones en que quizás era muy descarado me llamaba la atención diciendo: "Eso no es mío, es de la compañía y después que exhibir la película todo debe quemarse, además (añadía a veces), ¿para qué guardas tanto? Pareces tu mamá que guarda todo".


Por eso, creo ahora, que él pensó lo mismo que mi colega, quizás él también sintió que no era saludable, por eso, meses antes de morir a una iniciativa de la pulcra de mi madre, entendió el "dale una ordenadita" al cajón de la cama de tu hijo, como "deshazte de todas las cosas que el cachivachero de tu hijo guarda en su cajón". Finalmente, los afiches, las fotografías, los carretes de película, los slides y retazos de película, los encartes de prensa; en suma, toda la propaganda que aún pertenecía a la compañía, desapareció. y mi padre, "pegado a la letra" como era, siguió las órdenes y cumplió hasta el final.

sábado, 8 de marzo de 2014

Bailaor


¡Murió Paco de Lucía! Por estos lares pocos prestaron oídos a la noticia; de hecho, solo unos cuantos que conozco sabían vagamente quién había sido este extraordinario guitarrista flamenco; y algunos de mi generación solo lo ubicarían como uno de los músicos con antifaz que tocaban junto a Bryan Adams en el video clip de la hermosa balada "Have you ever really love a woman?", tema de la película "Don Juan DeMarco".
Tendría 7 u 8 años cuando ya me había picado el bicho de la música. Aunque lo que escuchaba era mayormente las canciones que mis padres ponían en la radio o la de sus discos LP's, igual las disfrutaba y de esta manera quedaron grabadas en mis oídos y en mi recuerdo las curiosas guarachas del "Trío La Rosa", los guaguancós de La Sonora Matancera, los cantos a Changó de Celina y Retulio y los juegos de la "flauta humana" y la "clave humana" en los sones de "Los Compadres"; también las elegantes interpretaciones de "Los Panchos" y sus boleros y  de "Los Morochucos" y sus valses. También empecé a prestar atención a otras melodías, como los temas que participaban en el Festival de San Remo, casi todos, éxitos seguros.
Sin embargo, fueron otras canciones, unas más simples y pegajosas, unas que escuchaba en medio de las películas de los domingos por la tele, las que hicieron que empezara a descubrir mi "lado hispano": Eran las pelis de Marisol, Raphael, Joselito, Pili y Mili o la misma Rocío Durcal, en sus años mozos; todas ellas sirvieron de fondo musical a la época en que mi madre nos contaba las historias de su vida; en particular, las su padre, mi abuelo, un médico español, marino mercante que aparentemente, había fallecido trágicamente en Paita antes de que ella naciera... Fue esta historia medio fantasiosa del abuelo muerto la que terminó de llenarme de imágenes románticas sobre la "Madre Patria y mi perdida familia peninsular; la misma que, para completar el cuadro, coincidió con la época en que mi padre nos empezó a llevar a "ver a los toros" en la centenaria Plaza de Acho del Rímac. Parecía que todo se confabulaba en un solo tema: España.  Eso provocó que algo fluyera desde muy dentro de mí y, aunque "así es mi raza, noble y humilde por tradición, pero es rebelde cuando coactan su libertad"; en plena dictadura nacionalista de Velasco, empecé a enorgullecerme abiertamente de mis raíces españolas y declarar un exagerado cariño por lo castizo.

Sé que suena cruel, pero a inicios de los 70's  cuando pocos se oponían como ahora a las corridas de toros, yo iba a verlas fascinado. En mi defensa, puedo decir a los ojos del niño que era por entonces, los toreros se me presentaban como héroes de ficción: valientes, elegantes y arrojados; esos que se enfrentaban a la fiera ¡y la vencían!  Por eso, cuando la trompeta anunciaba al son de "El gato montés" el inicio del paseíllo de los matadores, yo me quedaba mudo, con el corazón agitado admirando los trajes de luces, las coloridas chaquetillas y los capotes movidos sutilmente por el viento. Y,  no sé si era porque lo había visto en alguna película, pero también en ese momento, empezaba a buscar en la gradería a aquella hermosa mujer andaluza, de mantilla y peineta alta, de ojazos enormes y negros quien escondida tras un abanico, recibiría la montera del matador que le ofrecería su faena... Pero, por más que la busque,  nunca la pude encontrar. sí empezó mi periodo español y a decir verdad, lo disfrutaba.

Fue entonces cuando por pura casualidad descubrí algo más... era un día en que fuimos donde mi tío Juan a una fiesta, y junto a mis primos miraba sus discos, de pronto encontré uno de 45' que me llamó la atención, era de música flamenca: dos canciones, una por lado... ¡Fue suficiente! No recuerdo los nombres ni de los intérpretes ni de las melodías, pero sí me acuerdo de la fuerza de las tonadas que hicieron quedar impactado... ¡Quería tenerlo! ¡Debía tenerlo!. Felizmente, mis primas me dijeron que me lo lleve, que no sabían quién lo había dejado.  Pues bien, me lo llevé y fue mi tesoro por muchos años hasta que mi madre (para variar) lo prestó y lo perdí para siempre. Cada vez que lo ponía en el tocadiscos, soñaba cómo sería poder bailar... Mi deseo era tal que cada vez que pasábamos por la segunda cuadra de la Avenida Guzmán Blanco, miraba ansioso el letrero que había colgado en una casona con balcones tipo colonial: Decía "Academia de flamenco y bailes españoles", pero y no sabía cómo decirle a mi mamá que quería aprender.
Por supuesto, nunca me atreví, guardé mis ilusiones junto a los pequeños recuerdos de cuando íbamos a Acho, un llaverito de banderillas que me compró mis padre en vez de la chaquetilla miniatura que le pedía y que supongo era más caras. Así, con el único disco de flamenco, de vez en cuando, mientras limpiaba los adornos de la casa, hacía "bailar" a la muñeca flamenca que le habían regalado a mi madre, esa a la que alguna vez me pillaron levantándole la falda para ver cómo luciría debajo de los telas y los tules...
Y es que mirando las piernecitas plásticas de la muñeca, me imaginaba lo que había visto alguna vez, a una pareja sobre un tabladillo, habiendo sonar sus zapatos, bailando y taconeando junto a una hermosa chica de pelo oscuro, taconeadora también, maestra de la castañuelas y con unas hermosas y largas piernas. Esa, como la andaluza de los toros, tampoco llegó; lo más cercano a una chica así, fue aquella misteriosa mujer que aparecía en un comercial de perfumes de "Maja de Myrurgia", quien, con el fondo del adagio del Concierto de Aranjuez y sin mirar a la cámara, lo único que hacía era colocar una rosa en su corpiño... ¡sensual!

Así pues, si escuchando a  Paco de Lucía regresan a mí todos esos recuerdos, es quizás porque aún vibran dentro mio las voces de mis posibles ancestros españoles; quienes, si bien no me legaron la elegancia y la fuerza de un bailaor, al menos me hicieron apreciar lo hermoso que es saber bailar y bailar de verdad, ¡olé!

sábado, 1 de marzo de 2014

Samantha

Theodore: Dear Catherine, I've been sitting here thinking about all the things I wanted to apologize to you for. All the pain we caused each other. Everything I put on you. Everything I needed you to be or needed you to say. I'm sorry for that. I'll always love you 'cause we grew up together and you helped make me who I am. I just wanted you to know there will be a piece of you in me always, and I'm grateful for that. Whatever someone you become, and wherever you are in the world, I'm sending you love. You're my friend to the end. Love, Theodore.
[pauses]
Theodore: Send.
("HER", 2013)

Pocas veces una película ha sabido mostrar de manera tan intensa y valiente la esencia de las relaciones humanas y los extremos a los que puede llegar por amor.
Theodore, el protagonista, tras ser abandonado por Catherine, vive una soledad dolorosa con toda la resignación y dignidad que un hombre maduro debe asumir. De pronto, sin él imaginarlo, se encuentra prácticamente arrojado a interactuar con un nuevo "otro", un sistema operativo basado en inteligencia artificial llamado "Samantha". Theodore encuentra en "ella" su complemento, su motivación, una razón para salir de la tristeza y sentir que aún es posible vivir.
Es en medio de ese curioso trance cuando Theodore termina por entender el amor, entiende que amar no está exento de egoísmo, incomprensión, miedo y cólera y además, que no es posible hacerlo sin decisión; pues optar por un "otro" implica esfuerzo por saber de qué somos capaces por "ella" pues, muchas veces, aún aceptando que "ella" es la correcta. deberá pasar por nuestras vida y desaparecer; y así, heridos, finalmente terminaremos por reconocernos como un ser humanos dispuestos a arriesgar.

Así, "Her", la pelicula futurista de Spike Jonze, acierta en mostrar con mucha precisión y una peculiar sensibilidad, los conflictos más íntimos del "amar" y, sobre todo, del "temer amar"; es decir, de cómo al intentarlo, se debe vivir  la difícil experiencia de aprender a amarnos primero y, más tarde, aprender a renunciar. Y es que en realidad, muchas veces, las personas que amamos habrán de pasar por nuestras vidas y nos dejarnos, para que luego de la decepción o el rechazo, sepamos que fueron "necesarias" para  poder perdonarnos y empezar a querernos.
Por eso, mi estimada, como la carta de Theodore a Catherine, su exesposa, "solo quiero que sepas que siempre habrá una parte de ti en mí, y estaré agradecido por eso", solo quisiera pensar que tú, alguna vez, pedas decir lo mismo... "Eres mi amiga hasta el final." (...) "Enviar".