A Narnette: Pareciera que lo efímero es siempre lo más bello.
Si te buscara hoy, seguro que nada sería igual.
Si te buscara hoy, seguro que nada sería igual.
(16/02)
Vivir de recuerdos no es vivir, es simplemente volver a los sueños con el riesgo de regodearse en las pesadillas de tu pasado; si bien esto suele ser doloroso, quizás la cobardía es tan grande que no se puede evitar hacerlo.
Cada vez que visitaba Arequipa, me gustaba visitar las casas de anticuarios de la calle Santa Catalina. Aquella ocasión, como otras veces antes, el viaje a la "Ciudad Blanca" era por asuntos de trabajo; por tanto, tuve que a convencer a los ocasionales compañeros o compañeras para que en el acostumbrado tiempo de "conocer al menos el centro", pudiera visitar una de las casona de antigüedades. Felizmente, a una de las colegas que mirando a través de las ventanas enrejadas, algo le llamó la atención y entramos.
Planchas de fierro, floreros de murano, adornos de porcelana y algunas pinturas; por ahí, una 'rockola' y discos de 45', fotos por doquier, ollas de cobre, platos, arañas de cristal, candelabros, arreos, teléfonos de dial y de cuerda, alguna vez, un gramófono; en el mostrador, monedas y estampillas... En resumen, un lugar abigarrado, abarrotado al tope; todo en una organización aparentemente caótica, pues los objetos habían estaban ordenados no por antigüedad, sino por la función que antaño cumplieron.
Casi al salir, una vitrina con juguetes... Y, ¡allí estaba! Era exactamente el mismo trencito de juguete que tuve cuando niño: Una la locomotora de lata, pintada de color gris, el carrito del carbón y, en color amarillo, un pequeño vagón. ¿A cuánto? -pregunté. Noventa soles, me dijo una chica medio desganada... "Cuánto me gustaría comprarlo - pensé, pero, antes que dijera algo más la chica de voz cansina añadió como quien no quiere la cosa: Noventa el trencito, 30 el carrito chico y cincuenta el otro grande... Ya no me atreví a preguntar por el precio de los rieles... ¿Puedo agarrarlo? -pregunté; la chica no dijo nada, solo abrió la vitrina y pude tomar uno por uno cada parte del juguete...
En mi menté volví a mi infancia, a mis juegos cuando este trencito, bueno, el mío, fue la única compensación al que yo habría querido; a decir verdad, uno negro y gris, parecido al que tenía el Sr. Remotti en una mesa de su casa... ¡Cómo me gustaría comprarlo! -dije para mí y uno por uno, mis colegas me trajeron a la realidad diciendo: ¿Y dónde lo pondrías? ¿Qué utilidad tiene? Además, es una cosa vieja, ¿por qué manos habrá pasado...? ¡Creo que eres de esos que quieren retener el pasado!
¿Retener el pasado? Las palabras quedaron atrapadas en mi cabeza, es verdad que me gusta lo antiguo; allí están algunas cosas de mi infancia que aún atesoro, allí están los discos y CD de épocas tan dispares, casi todos de gente muerta... Allí estaban también los afiches, fotografías y demás propaganda multicolor de las películas de la compañía que mi padre administraba, la misma que yo sustraje sistemáticamente cada vez que podía. Creo que mi padre siempre los supo aunque pocas veces me lo reclamó.... En ocasiones en que quizás era muy descarado me llamaba la atención diciendo: "Eso no es mío, es de la compañía y después que exhibir la película todo debe quemarse, además (añadía a veces), ¿para qué guardas tanto? Pareces tu mamá que guarda todo".
Por eso, creo ahora, que él pensó lo mismo que mi colega, quizás él también sintió que no era saludable, por eso, meses antes de morir a una iniciativa de la pulcra de mi madre, entendió el "dale una ordenadita" al cajón de la cama de tu hijo, como "deshazte de todas las cosas que el cachivachero de tu hijo guarda en su cajón". Finalmente, los afiches, las fotografías, los carretes de película, los slides y retazos de película, los encartes de prensa; en suma, toda la propaganda que aún pertenecía a la compañía, desapareció. y mi padre, "pegado a la letra" como era, siguió las órdenes y cumplió hasta el final.
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