(....) el tiempo que nos ve pasar a todos (...)
(un pedacito de José Saramago - 2009)
-Ja, ja, ¡sólo falta que le des su manzana a la Miss! -dijo ella con voz meliflua. La profesora, inevitablemente se puso roja como un tomate. Yo, que hasta entonces había procurado no mirarla, lo hice por un segundo y fue suficiente para reparar en lo que había pasado: La mujer se estaba burlando de mí, de lo que le había escrito a María C. Esa fue la primera vez cuando sentí que se movía.
La historia, (si es que ha habido alguna) empezó casi dos años atrás, en unas sesiones de práctica de los miércoles. Allí divididos en grupos de 6 u 8, en pares diferentes cada vez, uno de nosotros debía exponer una situación problemática no muy compleja, pero personal; y el otro, debía hacer las veces de "ayudador" e intentaría hacer precisamente eso, "ayudarlo". Aquella vez, María C. vino a suplir a nuestra supervisora y justo, en esa sesión yo era el "ayudador". Debí haber estado fatal en mi labor, pues María C. no se contuvo y me cortó: ¡Atento, señor! -dijo y yo me callé. Entonces empezó a hacerme notar una a una mis deficiencias, pero yo, no sé por qué, lo único que hice fue mirarla directamente a los ojos. ¡No, jovencita! -pensaba; no porque seas muy especialista me vas a decir así las cosas, y es que María C. no andaba con rodeos, irónica y desenfadada, llena de gestos y moviendo sus manos, me dijo las cosas a lo bruto... y bruto me sentí mientras hablaba; por eso, no le bajé la mirada, tanto que en un instante, se atropelló un poquito, pero fuerte como es, no se amilanó y siguió destrozándome con sus comentarios.
Dos años después, en un curso más avanzado, nos volvimos a encontrar y, esta vez, muy a mi pesar, María C. había sido designada como nuestra supervisora; ella era quien nos tendría que guiar en las nuevas prácticas, las cuales, ya no eran simulaciones de acompañamiento, sino debíamos enfrentar y exponer casos reales. Fueron dos ciclos con María C., la mitad de los cuales, era evidente (al menos para mí) su inquina y su poca buena voluntad para conmigo. Cada vez que podía me hacía notar cómo mi "de-formación" de base afectaba mi trabajo de acompañamiento: ¡Eres profe, pues! ¡Acá no es el colegio! ¡Atento, pues!
Hace tres semanas tuvimos la última sesión y María C. y ella nos pidió hacer un informe final. Yo, cansado de redactar documentos formales, pensé hacer otra cosa y, de pronto, sentí que quería decirle "mis impresiones y aprendizajes" de otra manera. Fue así cuando decidí escribirle una carta personal.
Llegué a la sesión y, curiosamente, esa noche todos habían llegado temprano, sin embargo habían dejado vacío "mi lugar" al lado de María C. Sentados como siempre formando un círculo, mis compañeros fueron leyeron sus informes y María C. agradecía y puntualizaba los logros, yo mientras tanto solo escuchaba y de vez en cuando miraba mi papel... fue entonces cuando tuve la sensación que el piso se moviera deslizándose... Así, cuando me tocó leer, procuré fijar los ojos en el papel para no distraerme con las imágenes que proyectaba en el suelo y que se sucedían tras otra. Mi carta hablaba de mi experiencia en el curso pero, de alguna forma, en ella había aflorado mi experiencia con ella. Solo entonces entendí que lo que se movía era el tiempo... Habían pasado muchas cosas que yo me había negado y de pronto, pasaban todas juntas por debajo de mis pies. Por eso no la miré, pensé que caería y esa sucesión de imágenes me llevaría.... Solo cuando la compañera sentada frente a mí empezó a reclamar que lo que había escrito no era un informe y luego, dijo lo de la manzana; solo entonces, superé el ardor de mis orejas y la miré.
Estaba emocionada también y en un instante empecé a sentir algo más: ¿Me agradaba la chica? Bueno... Sí, me dije; pero no lo podía definir aún....
Horas más tarde, llegando al espacio chiquitito de mi refugio fue que (para variar) una canción y una peli me ayudaron a entender: ¡Había sido bueno conocerla a pesar de todo, a pesar del final!
Estimada, Profe María C:
Te doy las gracias pues sin querer me diste una lección insospechada. Entendí que el tiempo, a veces inconscientemente lo detenemos, lo amarramos en el dolor, en la cólera, en las ganas absurdas de que no pase. Esta semana, después de conocer a Val, hija de mi hija, viendo a su madre cruzar la puerta, volví a sentir algo parecido: Sentí que el tiempo que nos ve a todos, se movía, se ponía al día en un instante. Era un movimiento inexorable, entre dulce y amargo porque simplemente, pasa... pasa... pasa...
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